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JERRY LEWIS: ESTE TIPO ES ALGO MUY SERIO

Actualizado: 9 feb 2022


He tardado algunas semanas en atreverme a escribir algo sobre la 1ª sesión que abrió el año para nuestro querido y venerado cineclub. Y como en otras ocasiones, y con muy buen criterio cayendo la que está cayendo, lo hicimos recurriendo al siempre gratificante cine cómico. Y esta vez el afortunado resultó ser Jerry Lewis, con la primera película que firmó como director; ésta es, The Bellboy, El botones para nosotros, de 1960.


Y, posiblemente, lo que me habría llevado tanto tiempo en decidirme a escribir una reseña sobre el film haya sido, sin duda, no atinar a saber qué es lo tenía que poner sobre el papel (la pantalla, pero ya nos entendemos); es decir, aquello que, realmente, me apasiona de El botones y, sobre todo, sobre el propio Jerry Lewis que, para mí es uno de los autores (sí, autor) más fundamentales e hilarantes que nos ha legado el cine hollywoodiense.

Porque, ¡agarraos a la farola!, creo que en cierta manera con Jerry Lewis, ¿y por qué no, con El botones?, el cine americano entra de lleno en eso que podríamos denominar Cine Moderno. ¿Qué estoy exagerando? Ni mucho menos, pero preguntárselo para salir de dudas, a aquellos sesudos e imprescindibles colaboradores que estampaban sus firmas en las páginas del mítico Cahiers. Para ellos Jerry era un autor con los mismos derechos para serlo que Sir Alfred Hitchcock, Bergman o John Ford, por ejemplo. Y es que Jerry no sólo dirigía, intervenía en los guiones de sus películas, decidía sobre los final-cuts, sobre la iluminación, sobre la música sino que, sobre todo, reflexionaba, y El botones no iba a ser una excepción, sobre el arte de hacer cine, e incluso y más allá, sobre sí mismo y sobre el mismo fenómeno del entertainment.


Para los franceses Jerry era, así, sagrado. Les decía cosas que antes nunca habían oído. Mientras sus propios compatriotas, los yanquis, nunca lo entendieron, y los ingleses, siempre tan gamberros, se cachondeaban de él. Con mala hostia. Aunque también sabemos que entre franceses e ingleses las cosas nunca han ido rodadas y que los de las Islas, en esto de la comicidad, son más del equipo de Benny Hill o del de 3ª regional de Mr. Bean y que, por ello mismo, Jerry era mucho para ellos, demasiado intelectual, demasiado difícil; sí, demasiado continental.


Porque fijaos, aquí sólo voy a tratar de sacar algunas puntas de lápiz a El botones. En ella Jerry interpreta a un botones del lujoso Hotel Fontainbleau de Miami, llamado Stanley en claro homenaje al Flaco, al Stanley, a la cabeza pensante del El Gordo y el Flaco que interviene en El botones en un par de secuencias, y del que Jerry estaría encantado en ser considerado como su sucesor. Eso es, el payaso por antonomasia. Nadie dijo que Jerry fuera un tipo modesto.

Porque el payaso, el bufón desde los tiempos de Falstaff es algo muy serio. Y en El botones el payaso no se limita únicamente a hacer payasadas, que es lo suyo sino que, haciéndolas, descubre el resultado de las mismas en la persona del multiaclamado y famoso Jerry Lewis que lleva en su coche a un sinfín de colaboradores y que cuenta entre ellos con un ayudante dedicado exclusivamente a ¡decirle quién es quién! Sí, el Jerry Lewis de El botones no parece alguien especialmente feliz y divertido. Más bien lo contrario: arisco y malhumorado. Y sin embargo se ha hecho rico provocando la risa entre el público a través de Stanley, una creación suya, una ficción, como lo era el otro Stanley, el Flaco.


Luego, en el mismo film tenemos a Stanley y a Jerry Lewis, a la Creación y al Creador. Lo que, ya de entrada, suena ya bastante profundo. Y el Creador, compartiendo plano con su Creación, nos invita a nosotros, como espectadores del espectáculo, a darle un par de vueltas al mismo espectáculo, a su verdadera esencia, y sin que a lo mejor nos demos cuenta de ello pero constatando que El botones no es cualquier nadería sino algo que deberíamos tomarnos bastante a pecho. Y del que el Ford de Liberty Valance reflexionando sobre la Verdad y la Leyenda, sobre Tom Dophinon y John Wayne. O el Clint Eastwood de Sin perdón, comiéndose el tarro sobre la violencia a través del personaje de William Munny en el que se da cita la Leyenda y los múltiples pistoleros a los que Clint habría encarnado en tantas películas, y el propio, maduro, achacoso, verdadero y actual, ¿y por qué no, viejo? Clint Eastwood .



Porque todo esto estaría al alcance de muy pocas mentes; mentes siempre privilegiadas, clarividentes: Velázquez, pintando y pintándose en Las Meninas, para hablar sobre la Corte española de su tiempo y sobre sí mismo, habría dado el banderazo de salida a la modernidad en la pintura. Y Jerry Lewis, creando a Stanley el botones y filmándose a sí mismo, para hablar sobre la enloquecidos años que le ha tocado (y nos toca) vivir, también sobre sí mismo y su oficio de cineasta, lo daría a la modernidad en el cine: ¡casi nada al aparato!... ¿O me estoy pasando?

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