GRAN TOUR, GRAN PELÍCULA

Se suele aconsejar al sufrido escritor que antes de nada, o después de todo, tenga en mente un título atractivo, que encabece su reseña y sirva para enganchar al lector más radical y retorcido. Y, por esta vez, y sin que sirva de precedente, para comentar Gran Tour, lo habría tenido relativamente fácil. Ahí va, Gran Tour, gran película. Y no le demos más vueltas.

Pero además esto significaría para mí que ¡por fin habría dado con ella! ¡Sí, con la película del Año! Ni Anora, ni Parthenope ni La substancia, ni gaitas con vinagre. Gran Tour es mi película del Año. Y lo he sentido desde sus primeras imágenes ya que uno, modestia súper-aparte, ha visto ya tantas películas en su vida que el buen cine le pincha en la retina como un calambrazo en el dedo que se agarra, despistado, a una valla electrificada. Sí, de manera mágica e inmediata.

Y luego ya podemos buscar explicaciones al premio. Que si la historia, que si la fotografía, que si el montaje, que si la audacia narrativa, que si las convincentes interpretaciones, y qué sé yo. Y todos los argumentos resultan más o menos válidos pero porque algo hay detrás de ellos, algo que les sujeta bien firme y les da cartas de nobleza, y eso sería, ¡qué duda debería cabernos!, el genio; en el más amplio sentido de la palabra; algo de lo que Miguel Gomes tiene para dar  y regalar. Porque subido en esa escoba del genio hace que Gran Tour vuele alto, muy alto y nos hable desde lo alto. Y ya nos lo habrían enseñado en el cole: cuando alguien o algo genial nos habla, a los demás nos ha llegado el turno de callar y escuchar.

Porque, aunque subido en la escoba, Gomes nunca oculta sus bazas y nos muestra sus manos boca arriba. Y en ellas hay mucho cine, y cine del bueno. Acaso el caótico y desinhibido tráfico de motocicletas en Saigon, ¿no nos recuerda a la no menos caótica y desinhibida circulación de motocicletas en la majestuosa Roma, de Federico Fellini, ¿o los pequeños monos ocupando la barcaza, que nos transporta por un cenagoso río asiático, al inolvidable Lope de Aguirre en el monumental Aguirre, la cólera de Dios, de Herzog?, ¿o ese cruce de palanquines por el bosque al poético, deslumbrante- a pesar del b/n- e inolvidable encuentro con la fantasmagórica mujer en los Cuentos de la luna pálida,, del sin par Kenji  Mizoguchi?

Sí, durante un par de horas Gran Tour consiguió llevarme a esas esferas geniales e hizo que, como decía Nietzsche, ¿era esto la vida? Pues muy bien, ¡otra vez!, yo después de ver Gran Tour pudiera decir también, ¿es esto el cine? Pues muy bien, ¡otra vez!