Hoy 3 de septiembre ya podemos empezar a descontar. Sólo falta 1 mes para volver al cole o... a reunirnos en la oscura sala de El Carmen. Y para quien quiera comerse un poco el tarro mientras espera , aquí le dejo este pequeño jama-cocos con el que me he encontrado después de volver a ver la magnífica "Falalidad", que von Sternberg y Marlene Dietrich rodaron en 1931 (¿¡cuándo?!).
Sí, le tenía ganas. Pero a decir verdad, a casi todas las películas que veo les tengo, de una u otra manera, "ganas". Y así, Fatalidad. Ya la había visto hace muchos años pero el tiempo me había emborronado su recuerdo, aunque conservaba la certeza de que para muchos críticos Fatalidad era la mejor película que aquél habia rodado con la que sería su más memorable "invención".Y el reencuentro con Fatalidad no pudo resultarme más gratificante. Cierto es que ahora aprecio cosas, detalles que antes ni se me hubieran pasado por la imaginanción. Pero esto también lo consigue el tiempo, o haciéndonos, como vulgarmente se dice, mayores. Y Fatalidad me sirvió en bandeja de plata una jugosa reflexión. O eso, al menos, me pareció a mí.
Porque Fatalidad es toda una declaración de cómo funcionaban los entresijos del Star-System del Hollywood de los años dorados. Lo que se puede comprobar realizando una sencilla operación: dividir mentalmente la película en dos mitades. Por un lado, las secuencias donde aparece Marlene Dietrich; y por otro, claro, las secuencias donde Marlene no aparece. A estas segundas Fatalidad las despacha rápidamente. Apenas interesan de ellas los puentes que se lanzan para armar, de manera mínimamente coherente, el argumento. Sí, porque en Fatalidad este lado, el lado del argumento, no interesa: es una mera excusa para retratar aquello que podemos ver en el primer lado, el lado que a von Sternberg realmente le interesa, donde nos habla de aquello que al Star-System se refiere.¿O no vemos en estas secuencias, y en todo su esplendor, el aura de la Star, esa Marlene Dietrich que ni siquiera se rebaja a tener un nombre propio (se la conoce como X27, creo recordar) y simplemente se apodera de nuestros ojos de espectador, que no conseguirán quitarle la vista de encima, mientras ella campa a sus anchas, brila espléndida, posa regia, dueña y señora de todo el cotarro pero, al mismo tiempo, al margen de todo ese cotarro, ya que una Star nunca se puede plegar ante nada ni nadie, y menos aún ante un argumento que, como nos enseñó Hitchcock es lo menos importante de la función. El Mac-Guffin, ¿os suena? Lo más rancio y vulgar, y ante lo que una Star, que se merezca semejante título, debe huir como de la peste a riesgo de perder, en caso contrario, su categoría de Star. O lo que es peor: su vida.
¿Y no es sobre todo esto sobre lo que von Sternberg contruye su película? ¿No es el zafio y vulgar amorío en el que Marlene cae, a manos del zafio y vulgar Victor McLaglen (John Ford recogería el recado en muchos de sus westerns) lo que le lleva (y la Star lo sabe, por supuesto) a morir ante un pelotón de fusilamiento en una secuencia donde no se sabe qué admirar más, si la maestría de los detalles (Marlene componiendo su maquillaje frente al espejo que un oficial le sirve con su espada; Marlene enjugando con su inmaculado pañuelo blanco- ¡faltaría más!- las lágrimas del joven soldado; etc.) o ese aroma al mejor cine mudo que destilan unas imágenes que, por lo menos a mí, me resultan inolvidables. Y todo esto en 87 minutos. ¿Para qué más, digo yo?
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