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LOS REYES DEL MUNDO


El otro día vimos Los reyes del mundo, la peli colombiana dirigida por Laura Mora Ortega y me llevé una doble alegría, que no un doble gasto, parafraseando a aquel viejo spot televisivo sobre las hipotecas y los gemelos.


La alegría uno se correspondería, directamente, con la calidad de una película que no tiene desperdicio y de la que yo, por lo menos, disfruté a tope. Porque allí me encontré con el espíritu que movió al mismísimo Aguirre, de Herzog. ¿o acaso Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, sus cinco protagonistas, no emprenden el mismo viaje iniciático en busca de su particular Eldorado, en su caso unas tierras que Rá ha heredado de su abuela, encontrando, al final del camino, la muerte?, ¿acaso Laura no resuelve su película con un gran plano general en el que, oníricamente, los cinco muchachos navegan a la deriva en una balsa sobre las aguas turbias de un tranquilo río después de haber hallado, casualmente, una gran mina de oro?, ¿no nos acordamos, entonces, de Klaus Kinski o de Aguirre, abandonado a su suerte mientras su balsa, poblada de pequeños e indiferentes monos, gira y gira en un remolino sin final ni sentido?, ¿y la fotografía y la música no nos traen el mismo misterio, la misma fisicidad y fatalidad con la que Herzog envolvía la expedición de Aguirre desde aquel mítico comienzo en el que escuchábamos la voz en off de Fray Gaspar de Carvajal narrando aquello de fuimos descendiendo a través de las nubes?

Y yo sí, yo levantaría la mano. Porque tampoco la violencia, seca, rotunda, que desprenden la narración y las imágenes que traza Laura desmerecen al lado de aquel inolvidable espíritu que sobrevolaba las cabezas de los infortunados protagonistas de Aguirre.


Y puede que alguno, en esta búsqueda de parecidos razonables, nos trajera, entonces, a colación aquel Cuenta conmigo, la bonita pero inofensiva película de Rob Reiner, con el malogrado River Phoenix entre sus filas, y en la que también unos amigos emprendían un viaje para encontrar al primer cadáver que sus ojos iban a ver en sus vidas. Y yo le animaría a visionar ambas películas, la una detrás de la otra, o la otra detrás de la una, para apre(h)ender lo que supone la garra, la fuerza, la tensión con la que una mano firme puede dirigir una película. Y a Laura Ortega dando sopas con honda al bienintencionado pero blandito Reiner. Igual que Rá pondría a correr por patas al sentimental y rudo Chris.


¡Ah, sí! Y la alegría dos, me olvidaba de ella, la alegría de que, por fin, el Zinemaldia donostiarra haya premiado, y esperemos que sirva de precedente, con la Concha de Oro a una película que se lo merece, y a la que no habría que dejar de aplaudir.

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