De la bomba atómica a un beso de despedida
- Diego Somacarrera

- 2 sept
- 4 Min. de lectura
No es el polvo lo que separa a los jóvenes del cine clásico, son las nuevas exigencias

En julio de 2023 se produjo el fenómeno Barbenheimer: millones de espectadores abarrotaron salas para ver Barbie y Oppenheimer, dos películas dispares unidas por su contraste. Según datos de Statista, la taquilla de los cines superó todos los registros previos y posteriores por, al menos, tres años. Este fenómeno pronto alcanzó a las generaciones más jóvenes a través de la cultura del meme. Al poco tiempo, asistir a las salas caracterizado como los protagonistas se convirtió en un rito compartido.
Mientras la muñeca arrasaba con su estética pop y tono satírico, el científico ofrecía un viaje introspectivo a través de un lenguaje cinematográfico que remite al clasicismo hollywoodense: diálogos extensos, planos contemplativos y un ritmo pausado que recuerda a obras como Ciudadano Kane.
Un respiro entre el frenetismo
Pese a su éxito, Oppenheimer se percibe como una excepción dentro de una industria dominada por el blockbuster y la velocidad narrativa. Su estilo invita a reflexionar sobre la vigencia del cine clásico entre las nuevas generaciones.
Ainhize Traba, estudiante de Comunicación Audiovisual, identifica un punto clave: el ritmo. «Si la película no avanza, pierdo interés». Mientras el cine actual recurre a cortes rápidos y bandas sonoras estridentes, clásicos como 12 hombres sin piedad exigen una atención sostenida que contrasta con los hábitos de consumo ligados a dispositivos móviles y cultura digital.
El blanco y negro, los silencios prolongados o los efectos visuales rudimentarios —como la caída de James Stewart en La ventana indiscreta— pueden resultar barreras estéticas. «A mis amigos les parece viejo y de mala calidad», admite Ainhize. Txema Muñoz, selector de la Filmoteca Vasca, confirma que incluso películas de las décadas de 1980 y 1990 presentan dificultades para conectar con el público actual.
«Antes se contaba una historia; ahora se lanzan fuegos artificiales narrativos»
Iker Pérez, profesor de la Universidad del País Vasco, observa una transformación en el panorama audiovisual, donde la experiencia se diluye ante la saturación de contenidos en plataformas. «Las películas Marvel vienen vendidas. Pero no se les da oportunidad a otras que no tienen detrás todo eso», señala Txema, aludiendo a un modelo donde la promoción prevalece sobre el contenido.
Los clásicos no están exentos de tensiones. Iker admite que algunos títulos pueden resultar problemáticos por su tratamiento de ciertos temas, aunque subraya la importancia de interpretarlos en su contexto histórico. Ainhize también expresa su sorpresa ante expresiones de racismo o machismo en obras emblemáticas: «Se nota un montón».
Txema apunta a un factor estructural: la educación audiovisual. «En Francia, el audiovisual es parte transversal de la educación desde 1948; aquí, se reduce a poner vídeos». La falta de formación puede hacer que muchas obras se perciban como inaccesibles. Sin embargo, en ciclos especializados —como el dedicado a Buster Keaton en la Filmoteca Vasca—, las salas se llenan. «El problema no es el interés, sino la oferta y la presentación», reflexiona.
«En todas partes el brillo, el color, los fuegos artificiales, atraen»
Las redes sociales ofrecen nuevas puertas de entrada al cine clásico, aunque también generan expectativas distorsionadas. «Creas una imagen de la película por un TikTok, y luego no tiene nada que ver», afirma Ainhize. En este entorno, la estética visual suele imponerse sobre la narración, y el color se convierte en reclamo más que en código simbólico.
Muchos de los recursos que hoy parecen innovadores tienen su origen en el cine clásico: encuadres simétricos, contrastes de luz o movimientos de cámara característicos de Hitchcock, Welles o Kurosawa. Lo que hoy deslumbra ya fue explorado, aunque ahora llegue mediado por filtros digitales y algoritmos.
«Todo se repite. Haces una obra de teatro romántica y cómo no vas a fijarte en Romeo y Julieta»
«Al final Superman es como un Moisés», sentencia Iker. Las narrativas contemporáneas a menudo reescriben mitos antiguos, y buena parte del cine actual es heredero directo de esos códigos. Comprender el pasado ayuda a descifrar el presente. Los tópicos se actualizan, pero su esencia permanece.
Cine clásico y cine moderno comparten raíces. Oppenheimer, con su estructura épica y dilemas morales, no está tan alejada del Rick Blaine de Casablanca. La diferencia reside en el envoltorio: el tiempo que los separa.
Como señala Txema, «una película con 40 años ya es un clásico si deja huella». El desafío es evidenciar que esa huella sigue viva, que puede resonar en el espectador actual. Tal vez baste con proyectar Con faldas y a lo loco o Pasión de los fuertes en cines contemporáneos para que los jóvenes descubran que el blanco y negro no es un obstáculo, sino un lenguaje.
El cine clásico no necesita transformarse, sino abrir canales de comunicación. Como concluye Ainhize: «No es ni bueno ni malo, es distinto». Y en esa diferencia —entre el silencio de Bergman y el estruendo de Marvel— existe la posibilidad de encontrar una nueva mirada, siempre que se fomente la capacidad de observar. Pues, en palabras de Txema Muñoz: «Si no educas la mirada, no creas espíritu crítico».
Paradójicamente, el caso de Filmin demuestra que clásico y contemporáneo pueden coexistir. La plataforma española, centrada en cine independiente y de autor, incrementó un 13% en ingresos al cierre de 2024.






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