Ellas también se deprimen

No deja de sorprendernos la evolución que ha sufrido la obra de Gus Van Sant, cineasta que en sus inicios nos muestra diferentes aspectos de la contracultura norteamericana (Drugstore Cowboy, My own private Idaho o Even cowgirls get the bues), hasta acabar haciendo películas claramente comerciales (Todo por un sueño o El increíble Will Hunting).

Even cowgirls get the blues es una adaptación de la novela sobre el hippismo y la cultura underground publicada por Tom Robbins y que Gus Van Sant definió como “un himno a la independencia del pensamiento, a la individualidad que se rebela y que agarra con sus manos las riendas de su propio destino”.

La estructura de la novela de Robbins, un clásico de la literatura lisérgica, le permiten al realizador practicar una especie de técnica de collage visual y narrativo para hilvanar las dos o tres historias que se entrecruzan, al igual que una serie de extraños personajes en la búsqueda de sueños intangibles, por el itinerario de la autostopista protagonista.

Sissy Hankshaw posee unos prominentes pulgares con los que se dedica a viajar, haciendo autostop por todo el país; pero no es el viaje lo importante de su forma de vivir, sino la libertad y el movimiento que representa. Esta idea simbólica de la flexibilidad del tiempo y del espacio, del fluir de los acontecimientos sin que deban ser buscados ni provocados, del desplazamiento como forma de vida en sí misma, no muy lejana de la ideología de las road movies que proliferaron hace dos décadas -Easy Rider, Carretera asfaltada en dos direcciones, etc.- es la mejor carta de presentación de una película tan hosca, extraña y atípica como Even cowgirls get the bues.

Ricardo Palmero

(Texto basado en la crítica de Quim Casas publicada en Dirigido nº 236).