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Entrevista a Txaro Landa por Saioa Miguel

Entrevista a Txaro Landa, presidenta del Cineclub FAS


Txaro Landa ejerce actualmente la presidencia del Cineclub FAS de Bilbao, una asociación cultural sin ánimo de lucro fundada en el año 1953. Esta entidad, dedicada a la promoción y difusión del cine, ostenta el reconocimiento de ser el cineclub en activo más antiguo del Estado español y uno de los de mayor trayectoria a nivel europeo.


Además de su responsabilidad institucional, Txaro Landa desempeña un papel destacado en las labores de programación y comunicación del cineclub. La programación del Cineclub FAS se caracteriza por la proyección de películas en versión original subtitulada al castellano. La selección incluye tanto títulos de difícil acceso que no han sido estrenados comercialmente en Bilbao como obras clásicas del cine universal. En numerosas ocasiones, las proyecciones cuentan con la participación de cineastas o profesionales del ámbito audiovisual, lo que permite enriquecer la experiencia cinematográfica con perspectivas autorales o críticas. Cabe destacar que, al finalizar cada sesión, se abre un espacio de coloquio donde se fomenta el análisis y la reflexión colectiva en torno a aspectos técnicos, narrativos y temáticos de las películas.


Las actividades del cineclub se desarrollan en el Salón Indautxu (Plaza Indautxu s/n), mientras que su sede social, que incluye una biblioteca especializada, se localiza en la calle San Nicolás de Olabeaga, 33, 2º piso.


Saioa Miguel: ¿Cómo surge el Cineclub FAS y cuál ha sido su trayectoria a lo largo del tiempo?


Txaro Landa: El Cineclub FAS tiene una historia de más de 70 años. Su origen se remonta a 1953, cuando comenzaron a organizarse proyecciones de cine en la parroquia de San Vicente, en Bilbao, impulsadas por un grupo de personas vinculadas a la Bilbaína y con el apoyo del obispado. Aunque en sus inicios no era una asociación formal, ya funcionaba como un espacio de cine con una clara vocación pedagógica: se ofrecían incluso hojas informativas al público con claves para aprender a ver cine, lo que demuestra desde el principio un interés por la formación de la mirada.

En 1955 se constituye formalmente como asociación, adoptando un modelo de cineclub, y comienza su actividad regular con proyecciones semanales, inicialmente los lunes. Durante décadas funcionó en el local de San Vicente, hasta que en 1995, debido a la venta del edificio por parte de la Iglesia, el FAS se traslada al salón de actos de la iglesia del Carmen, donde se mantiene desde entonces, ahora proyectando los martes.


SM: ¿Cuál es la relación del FAS con la Iglesia hoy en día?


TL: Aunque el origen del cineclub está vinculado a la Iglesia, desde 1975 el FAS se desligó completamente de ella y empezó a operar de forma independiente, tanto en programación como en gestión. Es cierto que seguimos proyectando en un espacio vinculado a una parroquia, pero el acuerdo es puramente logístico: utilizamos el salón de actos gestionado por el Carmen, que también acoge otros eventos comunitarios.


SM: ¿Qué tipo de cine se ha proyectado históricamente y cómo ha evolucionado la programación?


TL: Desde el inicio, el FAS se ha caracterizado por ofrecer cine de calidad, con un enfoque en el cine de autor, el cine de arte y ensayo, y las películas que, por sus cualidades estéticas, narrativas o temáticas, invitan a una reflexión más profunda. Siempre hemos combinado películas actuales con obras consideradas "clásicas", aunque el concepto de "clásico" es relativo y evoluciona con el tiempo. En los años 80, por ejemplo, Tarkovsky era contemporáneo; hoy, sus obras son vistas como referentes clásicos.


También hemos tratado de mantener un equilibrio entre ficción, documental y animación, aunque, por razones prácticas, la ficción ha sido más predominante. Lo importante para nosotros es ofrecer un cine que propicie el pensamiento crítico y el debate, más allá del circuito puramente comercial.

SM: ¿Cómo gestionan la programación y el acceso a las películas?


TL: La programación se organiza por trimestres. Hacemos pausas durante el verano, y trabajamos en bloques: uno para octubre, noviembre y diciembre, y otro para el inicio del año, entre otros. Elegimos las películas con base en una mirada colectiva que tiene en cuenta tanto la actualidad cinematográfica como los intereses del público. A veces también recibimos propuestas externas, pero siempre buscamos mantener una coherencia con el espíritu del cineclub.


Respecto a los derechos de exhibición, colaboramos principalmente con distribuidoras estatales. No solemos trabajar con copias en celuloide internacionales por cuestiones de coste, aunque en ocasiones especiales se han gestionado casos complejos. El dinero que recaudamos se destina principalmente a pagar la sala, la proyección, la copia y el trabajo logístico y técnico.


SM: ¿Han documentado toda esta trayectoria?


TL: Sí, desde hace unos años estamos trabajando activamente en recuperar y visibilizar toda la historia del cineclub. Hemos recopilado actas, programaciones, materiales antiguos y los estamos digitalizando y organizando en nuestra web. Tenemos una biblioteca física en el centro cívico de Olabeaga, donde conservamos buena parte de nuestro archivo histórico. Algunos documentos estaban bastante desordenados, y ha sido un trabajo de búsqueda y reconstrucción, pero lo consideramos fundamental para que quede constancia de esta experiencia cultural.


SM: El nombre FAS, ¿tiene algún significado especial?


TL: Sí, de hecho, “FAS” proviene del latín, y significa "lo correcto". El término se contrapone a "nefas", que sería “lo incorrecto”. En su momento se pensó en cambiar el nombre, por parecer demasiado antiguo o solemne, pero finalmente se decidió mantenerlo como parte de nuestra identidad histórica. En nuestra web explicamos este y otros aspectos de nuestra trayectoria.


SM: ¿Y qué desafíos enfrentan actualmente?


TL: Hoy en día el principal desafío es económico. El cineclub se lucra de las cuotas de socios y ventas de pases y bonos para no socios en taquilla.También intentamos mantener una pequeña actividad editorial y sostenemos una página web, todo lo cual implica costos. Por eso siempre estamos buscando subsidios y apoyos institucionales, aunque eso también nos enfrenta a cierta burocracia.


También hay un desafío más de fondo: seguir atrayendo a nuevas generaciones. Hemos notado que hay interés en el público joven, pero necesitamos encontrar los medios adecuados para llegar a ellos y despertar su curiosidad por un cine que muchas veces escapa de los circuitos comerciales. Es un trabajo constante.


SM: ¿Cuántas personas forman el equipo del FAS en la actualidad?


TL: Actualmente, somos un núcleo de cuatro personas activas de forma continua. Luego hay colaboradores que se encargan de tareas específicas: redes sociales, fotografía, crónicas... Pero en la resolución cotidiana de problemas y la toma de decisiones estamos principalmente esos cuatro, más Jorge Barrio, que es el secretario y también profesor de guión y director.


SM: ¿Las personas que integran hoy el Cineclub FAS compatibilizan esta tarea con otros trabajos?


TL: Sí, absolutamente. Cada una de las personas que forma parte del FAS tiene su trabajo fuera de este espacio. Algunos somos docentes, otros trabajan en gestión cultural, cine o áreas afines. La actividad dentro del Cineclub no es una ocupación profesional a tiempo completo, sino una forma de militancia cultural que convive con nuestras vidas laborales.


SM: ¿Y esa militancia se da en el marco de un trabajo voluntario?


TL: Totalmente. El FAS es una asociación sin fines de lucro, y todo lo que hacemos —desde ver las películas previamente, redactar la programación, presentarlas, organizar debates, gestionar la taquilla— lo hacemos de manera voluntaria. Nadie percibe un salario por su participación. Lo que nos une es el deseo compartido de sostener este espacio de encuentro y de cine.


SM: ¿Cómo se sustentan económicamente entonces?


TL: Con lo que recaudamos en cada función, más alguna pequeña ayuda institucional ocasional. Pero principalmente, con las cuotas de socios y las entradas del público. Ese dinero se utiliza para cubrir lo estrictamente necesario: el alquiler del espacio, el pago del proyeccionista (porque eso sí es un trabajo técnico y profesional que merece ser remunerado), y algunos gastos puntuales, como el diseño gráfico o la impresión de programas. Siempre priorizamos que los fondos se usen para mantener vivo el proyecto.


SM: ¿Nunca se plantearon profesionalizar alguna parte del trabajo interno?


TL: Lo hemos conversado, pero siempre llegamos a la conclusión de que no. Profesionalizar implicaría jerarquizar tareas, y una de las cosas más valiosas del FAS es justamente su horizontalidad. Nos organizamos de forma rotativa, compartiendo responsabilidades, y si alguien no puede asistir a una función o asumir una tarea, se comunica por el grupo y alguien se ofrece. Esa lógica de cooperación es lo que nos permite sostenernos como colectivo.


SM: En una época en que muchas actividades culturales se precarizan bajo el argumento de la vocación, ¿no temen que el trabajo voluntario también refuerce cierta desvalorización del trabajo cultural?


TL: Es una tensión real, y lo hemos discutido mucho. Pero creemos que en nuestro caso no se trata de precarización porque no hay un otro que nos explote o se beneficie económicamente de nuestro trabajo. No trabajamos gratis para una estructura que genera ganancias, sino que autogestionamos un espacio comunitario, y decidimos colectivamente cómo sostenerlo. Lo que hacemos no reemplaza empleo formal ni compite con él; es una práctica cultural otra, paralela, que se basa en el compromiso y no en el lucro, donde poder ver cine en condiciones. Y cuando digo eso me refiero a una sala oscura, una pantalla grande, un buen sonido y, sobre todo, la concentración.


SM: ¿Y el cineclub? ¿Qué lugar creés que puede ocupar en ese panorama?


TL: El cineclub es uno de los pocos espacios donde todavía se defiende esa experiencia del cine como algo colectivo, pero al mismo tiempo íntimo. No es solo “ver la película”. Es pararse. Hacer una pausa. Escuchar. Reflexionar. Conversar después. Y además, sin el bombardeo de estímulos. En casa tienes mil cosas: el móvil, la cocina, el gato, el baño… En la sala no. Ahí estás solo con la película. Esa concentración es cada vez más rara. Para algunos es hasta incómoda. Hay quienes no lo aguantan, se sienten inquietos. Les cuesta.


SM: ¿Eso lo ves como un problema generacional?


TL: En parte sí. Hay generaciones que crecieron con la lógica de la inmediatez, con contenidos fragmentados, con el multitasking. Pero también hay jóvenes que buscan lo contrario. Que se hartaron de los estímulos. Que quieren frenar. Y eso lo notamos en el cineclub: vienen chicos y chicas jóvenes con una curiosidad enorme. Les interesa, preguntan, se quedan a la charla. Así que yo no soy pesimista. Me parece que el cine, como forma, va a seguir existiendo. A lo mejor no como lo conocimos, pero sí como algo que se transforma.


SM: ¿Cómo decidís qué películas programar?


TL: Las películas pasan inevitablemente por un filtro personal y colectivo. No tienen por qué ser nuestras favoritas, ni las mejores del mundo. Buscamos obras que sean interesantes dentro del panorama actual y que puedan aportar algo a nuestro público. La programación es una forma de aprendizaje continuo, un ejercicio de intuición y de conocer a la audiencia.


SM ¿Cuál es vuestro enfoque frente a los ciclos temáticos?


TL: En general, no hacemos ciclos. Lo hicimos puntualmente hace muchos años, como un ciclo de cine francés de posguerra, pero no es nuestra línea habitual. Ya hay otros espacios que cubren esa función. El FAS nació como una escuela de cine y, en cierto modo, continúa siéndolo. Nos interesa más la experiencia de ver películas distintas, sin necesidad de encajarlas en un marco temático cerrado.


SM: ¿Y lo analógico? ¿Esa nostalgia también juega un papel?


TL: Sí, totalmente. Hoy ves que vuelven los casetes, las cámaras analógicas, los vinilos… Hay una fascinación por lo táctil, por lo que implica un proceso, una espera. Y el cine tiene mucho de eso. Por eso me parece que hay una resistencia. Una resistencia desde lo afectivo también. El cine no se consume, se vive. Y todavía hay gente que lo valora. Quizás sean menos, pero están. Y mientras haya quien quiera mirar una película así, como una experiencia completa, creo que siempre va a haber cine.


SM: A lo largo de los años, han pasado por el Cineclub FAS muchas figuras del cine. ¿Suelen regresar algunos invitados con frecuencia?


TL: Sí, algunos nunca han vuelto, pero afortunadamente para nosotros, el tiempo no siempre es determinante. Todo depende mucho de las personas. Un ejemplo claro es Albert Serra. Desde que vino por primera vez, con Honor de caballería (2006), cuando aún no lo conocía prácticamente nadie, siempre ha regresado. Siempre que ha podido, ha estado presente en nuestras proyecciones. De hecho, vino a todas las películas que proyectamos suyas, salvo en una ocasión con La muerte de Luis XIV, porque en ese momento formaba parte del jurado en Cannes y era imposible cambiar su agenda. Además, se trataba de una proyección en el Museo Guggenheim y no se permitían modificaciones.


SM: ¿Ha habido alguna sesión que recuerdes especialmente complicada de gestionar?


TL: Sí, en algunos momentos nos hemos cuestionado si valía la pena continuar. A veces los invitados —sobre todo ciertos directores— tienen exigencias difíciles de satisfacer. Aunque no todos son así, hay figuras más excéntricas que complican mucho la logística. Pero claro, también hay un respeto que se ha ganado con los años. No es fácil cuestionar un proyecto que lleva 72 años en marcha.


SM: ¿Tenéis en cuenta la recepción crítica o las puntuaciones para decidir qué películas proyectar?


TL: Algunos espectadores sí se guían por las puntuaciones en plataformas, aunque ese criterio es muy relativo. Personalmente, creo que el cine contemporáneo sigue siendo más difícil para una parte del público. La mayoría tiende a preferir el cine clásico. Sin embargo, desde el FAS intentamos tocar lo contemporáneo. Por ejemplo, autores como Apichatpong Weerasethakul tienen seguidores fieles, mientras que otros espectadores no conectan con su obra.


SM: Y en cuanto a los materiales curatoriales que distribuís en cada sesión, ¿quién se encarga de redactarlos?


TL: Actualmente, esos textos los prepara Norberto. No son redacciones propias, sino más bien una selección de fragmentos de entrevistas, biografías u otras fuentes relevantes. Si el director o directora ha proporcionado su biografía, utilizamos esa. Pero en general, se trata de una curaduría de textos existentes.


SM: ¿Existe alguna restricción legal sobre lo que podéis proyectar?


TL: Sí. Las películas deben haberse estrenado previamente en salas comerciales. En general, hay que esperar al menos un mes desde su estreno, pero eso depende de cada cine y de las condiciones específicas que impongan. También es posible programar obras que no se hayan proyectado en salas comerciales, como cortometrajes de escuelas de cine, pero siempre analizamos su encaje con nuestra línea editorial y su calidad.


SM: En los últimos años, varios cineclubes o espacios culturales se han enfrentado a dilemas respecto a programar o no a ciertos autores acusados de conductas abusivas. ¿Cómo manejan esos debates?


TL: Hasta ahora no hemos tenido que afrontar un caso tan directo, pero sabemos que puede suceder en cualquier momento. En general, tratamos de que las decisiones sean colectivas. Hay cineastas que han sido cuestionados públicamente, y eso genera discusiones internas, claro. Si llegara a haber una polémica fuerte, lo debatiríamos. Pero también entendemos que esas tensiones son parte de la época. Hoy hay una mayor sensibilidad sobre ciertos temas, y el cine no está exento de eso.


SM: ¿Creés que el acceso a la vida privada de los artistas condiciona la forma en que vemos sus obras?


TL: Sí, y es un fenómeno muy reciente. Hace unas décadas no teníamos tanta información sobre las vidas personales de los directores o actores. Ahora, con las redes sociales, cualquier escándalo se amplifica y genera posicionamientos inmediatos. Nosotros tratamos de no reducir las obras a sus autores, aunque no negamos que hay casos en los que el debate ético se impone. Lo que buscamos, en todo caso, es que esas discusiones no clausuren el diálogo, sino que lo enriquezcan.


SM: ¿Cómo veis la irrupción de las plataformas?


TL: El acceso a películas es hoy mucho más sencillo, pero la experiencia en sala sigue siendo insustituible. Hay películas que pierden su fuerza fuera de la pantalla grande. A veces ves una película en el cine y te fascina, y luego la ves en casa y te preguntas cómo pudo gustarte tanto. Y al revés también. La proyección en sala transforma la percepción.


SM: ¿Habéis notado una bajada de asistencia por las plataformas?


TL: Después de la pandemia ha habido cambios. Quizá a la gente le cuesta más volver a las salas, pero nosotros mantenemos un público estable de entre 180 y 190 personas. No es un

proyecto comercial. Nos movemos por compromiso y principios. Lo sostenemos con esfuerzo y trabajo voluntario. Si algún día eso se rompe, claro que nos replanteemos seguir.


SM: ¿Tú misma has trabajado en cine más allá de tu labor en el cineclub?


TL: No, no he dirigido películas ni me he dedicado profesionalmente al cine. Estudié en la universidad, pero no con intención de profesionalizarme. Sin embargo, la programación también es una actividad creativa y de aprendizaje constante.


SM:¿Creés que aún hay futuro para las salas?


TL: Yo creo que sí, aunque no va a ser fácil. Las salas van a quedar cada vez más restringidas, más reducidas, pero no creo que desaparezcan del todo. Porque hay algo que sigue generando atracción. A veces por moda, porque lo recomienda un influencer, porque es algo “cuqui”, como se dice ahora. Entonces claro, la gente va. Aunque no sea un hábito, aunque no haya una relación real con el cine, hay una especie de deseo de “experiencia”.


SM: ¿Qué es lo que os sigue motivando?


TL: Nos gusta el cine. Eso es todo. Y también es una trampa, porque requiere tiempo, coordinación, confianza entre quienes lo hacemos. Ahora mismo hay un buen clima, nos conocemos, hay confianza. Nos distribuimos las tareas, decidimos juntos. Pero todo depende de la voluntad de continuar. No hay una fórmula mágica, es un compromiso colectivo.Y por supuesto, el amor por el cine, sin duda. Pero también la convicción de que este tipo de espacios son necesarios. El cineclub no es solo un lugar donde se ve cine: es un espacio de encuentro, de formación, de discusión. Nos parece que, en un mundo tan fragmentado y acelerado, poder compartir una experiencia estética colectiva y reflexionar juntos sobre ella tiene un valor enorme. Eso es lo que nos impulsa a seguir, a pesar de las dificultades.


Saioa Miguel

13 abril 2024

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Contacto: Jorge Barrio

Sede social y biblioteca: San Nicolás de Olabeaga, 33 2º

Tfno.: 618 31 84 31

Mail: info@cineclubfas.com

Lugar de proyecciones:

Salón Indautxu (Plaza Indautxu s/n)

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