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Eliane de Latour: el largo camino hacia la utopía

“O Binômio de Newton é tão belo como a Vênus de Milo. O que há é pouca  gente para dar por isso” (Fernando Pessoa).


Parafraseando al genial poeta portugués  podríamos decir   que la  belleza puede encontrarse de muchas maneras; lo que hay  es poca    gente que se dé cuenta de ello. En el caso del cine resulta más     evidente esta máxima, pues la paulatina colonización y homogeneización    del  gusto a que se ha ido sometiendo a los espectadores con la oferta    de un mismo tipo  de mirada (indistinta, relaxante, publicitaria) impide  prácticamente disfrutar de otras miradas cinematográficas, máxime cuando las propuestas más anormales (en    el sentido literal: alejadas o “fuera de la  norma”) son  habitualmente   despreciadas por los circuitos de exhibición. ¿O es  que  el cine de   Dziga Vertov, o de Robert J. Flaherty, o de Johan van der   Keuken, o de   Frederick Wiseman, o de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky por  abrir el  campo   de visiones, no es tan  bello (o  distintamente bello, si se   prefiere) como el de David Lean o el de   David Lynch? Y, aun cuando   salieran perjudicados en la comparación,  los  primeros autores   contribuyen cuando menos con su producción a  aumentar nuestro    conocimiento sobre la cultura.


De todas las ‘miradas’ desdeñadas por la  distribución   actual  (y por la apatía y el colaboracionismo de cierta parte del    público,  habría que añadir) aquella que más ha desaparecido de  nuestras    pantallas es, precisamente, la misma mirada fundacional del    cine: una mirada positivista, de  documentación de una realidad    preexistente, con una fuerte vocación  antropológica y que nos ayuda,    con su forma de mirar, a producir un discurso  sobre lo contemplado. Es    la mirada que se encuentra en los autores antes  citados en primer    lugar, en el maestro del cinema antropológico: Jean Rouch, o  en la    autora a la que reseñamos en estas páginas: Eliane de Latour. Si  tuviéramos que responder a la pregunta: “¿Por  qué merece la pena presentar en Bilbao la obra de Eliane de Latour?”,     bastaría señalar la ausencia de propuestas similares de mirada en la oferta  cinematográfica de la Villa durante los últimos años. Tal  vez,   si acaso,  podrían contarse como ejemplos el ciclo especial dedicado a Jean Rouch en el  cineclub Fas en marzo de 2010 (Les  maîtres fous / La chasse au lion à l'arc, Jean Rouch, 1955, y Chronique d'un été, Paris, Jean Rouch y  Edgar Morín, 1960); la proyección de El  ojo sobre el pozo (Het Oog Boven de  Put, Johan van der Keuken, 1968, Biblioteca de Bidebarrieta, mayo de 2010);  la sesión doble de El cuaderno de  barro y Los pasos dobles (Isaki Lacuesta, 2011, Cineclub Fas y BizBAK, marzo de 2011) o algunas  obras exhibidas  en ZINEBI el pasado año en el Panorama de cines documentales del  mundo (ZINEBI54, noviembre de 2012). Y poco más. Por  todo ello, y aunque  solo fuese por acercar a nuestro público una  propuesta novedosa   que nos ayude a  construir una interpretación de  los hechos sociales a   través de las imágenes,  vale la pena poder  contar entre nosotros no   solo con la obra sino también con  la  presencia de la realizadora   francesa Eliane de Latour.


Eliane de Latour (n. en 1967), directora de  investigación en el CNRS (Centre national  de la recherche scientifique) de París, comenzó su carrera profesional  como antropóloga en África    Occidental al mismo tiempo que realizaba su primera  obra cinematográfica: Les Temps de  pouvoir à Samna, en 1983. Hasta finales del siglo XX se decidió en sus  obras por un enfoque de carácter más estrictamente documental (Le Reflet de la vie, 1987-2008; Tidjane ou les voies d'Allah, 1989)  aunque paulatinamente fue introduciendo elementos de ficción (Contes et décomptes de la cour, 1993; Si bleu, si calme, 1998) decantándose  definitivamente por este medio a partir de Bronx-Barbés (2000) hasta llegar a Après l’Océan (2008).


En este tránsito del medio documental a la  ficción la obra   de  Eliane de Latour no ha perdido los rasgos de su mirada; si  acaso, en  esta evolución, su mirada ha podido perder algo del carácter más específicamente etnográfico que la acompañaba al principio (y por el que    se la  emparentaba con el legado de Jean Rouch) para acercarse más radicalmente a un  planteamiento de informe, más próxima  por así decirlo a los postulados de Frederick Wiseman, abordando diversos  mundos solo aparentemente excéntricos al sistema (prisiones ilegales, ghettos,  emigración o existencia clandestina), introduciendo su  cámara   como un bisturí  en esos cuerpos sociológicos para extraer de  ellos, en un análisis  foucaultiano, las estructuras de dominación –y  de inhumanidad– subyacentes. Porque, por encima de todo, la de Eliane de Latour supone una mirada incisiva a  los mundos claustrofóbicos de los que están enclaustrados detrás de una barrera física o social.  Ya se   trate de la comunidad de mayores de Cévennes, de harenes en Nigeria, de la institución penitenciaria, de guetos en Costa de Marfil, de las migraciones clandestinas, de los menores encarcelados  en Marruecos o de las  prostitutas jóvenes desplazadas por las guerras  africanas, sus temas de  investigación se centran en la reclusión  social y en su   corolario: logros mayores o menores de la libertad.


Txus Retuerto
Vicepresidente del cineclub  Fas

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